El alcohol corre por tus venas, tu pintalabios se escapa por tu cara, tus tacones están rotos, tus brazos y piernas están llenas de arañazos, el rimel corrido y los ojos inyectados en sangre. La cabeza te da vueltas y te impide recordar los acontecimientos de anoche, si, como tu gran actuación en la mesa de alado del bar entonando alegremente una canción de Sean Lennon, como el baile en medio de la calle y por pareja una farola. Tu estómago se queja de la mierda que le metiste y ahora grita en forma de retortijones. ¿Y tu que haces? Te levantas como puedes, te lavas la cara con agua bien fria, vas hacia la cocina y te sirves un buen café cargado con dos pastillitas de sacarina. ¡Qué cojones! Te vas al salón y pones esa teletienda que tanto te gusta porque salen tíos mazizorros en bañador, te tumbas en el sofá, coges tu cajetilla de tabaco y te enciendes el primer cigarro de tu querida resaca. Si señor, así eres, la reina de la noche y de la mañana siguiente.
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